dilluns, de novembre 10, 2008


Su respiración va acompasada con el traqueteo del metro. Está oscuro y lo abraza el sueño, se siente arropado por la luz fluorescente provinente del techo. Su corazón late despacito a tantos metros bajo el suelo... parece imposible que algo tan pequeño y apartentemente frágil pueda descansar tan facilmente, navegando entre el bullicio y el olor de las sardinas convertidas en gente aquí, en el bagón. Yo soy una de ellas y envidio intensamente la calma que desprende, el calor y la seguridad de su manta. Encuentra la tranquilidad en el movimiento contínuo de la gran ciudad, su sueño guarda el futuro y yo... tan sólo espero la próxima parada.

Quisiera acariciarlo y decirle que todo irá bien, aunque segurmanete sea yo misma la que quiera tener esa tranquilidad de quién aun no sabe qué debe temer.


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Hace ya un año que tomé esta foto en el metro de París, donde el sol consiste en los faros que se acercan desde lejos por los túneles quebradizos. Fue fugaz e imperfecta, pero recuerdo que quedé impactada por el juego de color y el niño profundamente dormido en la espalda de su madre, que hablaba ajena al tesoro que guardaba detrás.