Vosotros no lo sabeis porque sois hijos de la ciudad, pero yo tengo un secreto. Yo abro la ventana y huelo la tierra mojada, oigo el viento y siento la lluvia caer. Mi secreto es tener una ventana que da fuera de la ciudad, donde casi no hay luz y donde se hoyen de noche campanas de iglesia.
También tengo otro secreto que los hijos de la ciudad nunca podreis comprender. Os lo contaré, porque el fresco de la noche cuando llueve me pone de buen humor. Si me abres el pecho de lado a lado no encuentras musculos y carne ni encuentras humo de coche ni pitido de semáforo: si me abres el pecho de lado a lado y miras dentro encuentras un llano de tierra roja, que hace dunas. Encuentras suaves montañas peinadas de olivas y encuentras los cielos más anchos que puedas imaginar nunca.
Si me espias mientras duermo con la ventana abierta a la lluvia, seguramente me veras escondiéndome entre las espigas y el blanco de la cal de las casas. Seguramente me encontraras anudando las corrientes del rio y el sonido del cristal y, de vez en cuando, mirando hacia arriba por si anochece ya.
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