dimecres, de setembre 28, 2011

Revuelvo el café como si separase el dolor de la mañana;
en Barcelona el café se queda frío enseguida,
y el azúcar no endulza el día,
y el ruido de la ciudad te ahoga.

Habito bares fríos donde estamos de paso,
envueltos en papel de periódico y humo de tabaco ajeno.
Separo las lágrimas con el humo del cigarro y deseo
que el día acabe mejor que empieza,
que consiga encontrar algo bueno en la mañana que se despeña
entre los edificios del centro.

Remuevo la cucharilla y creo que todo es en vano
y me siento hundida en la taza de café.
Navegando entre el azúcar
busco un poco de paz para los militantes de la mañana
en Plaza Catalunya,
una oración en el primer periódico del día,
sucio de noticias;
busco un recuerdo de alguien que se parezca a mí
entre los horarios del metro,
y las mesas, y la gente desconocida
que baila hacia el trabajo, hoy.

Y deseo con toda mi alma que las cosas tengan un sentido,
y que los gritos no duelan,
y que el abril nos salve del hinvierno
hinchado de frío.

Ruego con una canción que la gente sepa qué es lo que busca,
o a qué, o a quién espera,
que el semáforo no enrojezca,
que no me llame nadie en años
y que la alarma no me asalte,
gritándome lo que debí hacer y no hice.

Pido amor para los moradores de las siete de la mañana,
para los hombres atados a corbatas y las mujeres que escalan
tacones desde la cama,
para todos aquellos que se pasan el día huyendo
desde o hacia su casa,
para aquellos que se desesperan buscano una razón.

Los busco a todos al fondo de mi taza
y brindo por todos ellos
con el azucar que allí quedó.


Recuperando viejas voces.