divendres, d’octubre 14, 2005
PARANOIA3: LAS PALABRAS QUE SIENTO TAN DENTRO...
Destapo las piedras y escapan palabras sin estrenar, no oídas, ni escritas ni habladas por nadie. Y se van al viento… y se trenzan con él como tu pelo se trenza con la belleza. Dicen que se cuelan por las grietas de las personas, y entran dentro de ellas para quedarse, y que todos somos apadrinados por una palabra, que al nacer nos ha elegido. Nadie, ni nosotros mismos, la conocemos, y puede que nunca la lleguemos a saber, porque se funde con nosotros hasta tal punto que no sabemos donde empieza ella y donde acabamos nosotros.
Dicen que si riegas las piedras nacen palabras que se convierten en discursos, y yo digo que antes de morir se convierten en besos de papel que te buscan hasta dar contigo, y te acarician la piel sin que tu notes más que la brisa ligera. Dicen que los besos de papel no son besos verdaderos, que solo son ideas hechas de nada, ilusiones nuestras que no llegan a tomar forma. Puede que no lo sean, pero son más que los que me imagino que te doy. La imaginación vuela más rápido que las aves, tanto que cuando miro por la ventana de mi casa puedo ver atracar petroleros en el puerto de Nueva York.
Cuando estoy triste se me abren las puntas del pelo. Cuando estoy triste se me arruga y se me mancha el alma como los papeles de periódico que hace rodar el viento por la calle. Y se deshace y gotea como la tinta sobre mi cama… la tinta es mi sangre, la llevo dentro, negra como el carbón y las especias, como el petróleo. Rueda por mis venas, las mías y las tuyas, y sale por los poros de la piel haciéndose transparente. También gotea a veces sobre papeles en blanco, cayendo en pequeñas gotitas que por azar forman letras, que combinadas al azar forman palabras, que combinadas a mi azar forman frases. Frases hechas con mi sangre negra, como la de los dragones y la de los gatos, como la noche cuando no estás a mi lado.
Si yo volviera a nacer sería una gaviota negra, y soñaría morir intoxicada en los tejados de Barcelona.
¿Nunca pensaste en las hojas en blanco? A mi de tanto en tanto me sucede. Las páginas en blanco nos retan, como el horizonte. Puedes escribir en ellas, puedes garabatearlas, romperlas y rasgarlas, quemarlas, pero nunca las vas a dominar. Las hojas blancas saben que vas a hacer con ellas, y si te haces su amiga te dejan ver un segundo cuál es su futuro. Pero a veces mienten, te lo aviso.
Un día, tejiendo miradas y telarañas, se me ocurrió que si escuchas bien puedes oír como gira el mundo, como una pesada maquinaria, sin parar cada hora. Calla y escucha: ¿oyes algo más detrás de tu corazón? ¿puedes escuchar más allá, oír el bosque muerto debajo el asfalto, la tierra oprimida, los huesos y las piedras? Ignora sus risas, y escucha más atentamente: ¿no oyes el crujir de las poleas, las tuercas, los tornillos chirriando, las clavijas y los demás mecanismos? Le falta aceite, ¿no crees? Pero, ¿de donde lo sacamos?
Hay frutos que no vienen de los árboles, sino de las mentes humanas.
A veces, las letras de las que hablábamos antes, me llenan la cabeza. Me la embotan, la colapsan, y sólo se ven letras y letras y letras. Ruedan en remolinos, como las corrientes de agua en los ríos crecidos por la lluvia. Se apretujan y luchan entre ellas, y se hieren y algunas mueren. Quieren huir. Si abrieras una brecha correrían letras por el suelo, escaparían corriendo del alcance de las escobas. Y te quedarías muda.