divendres, de novembre 05, 2010

4.XI.10

Miró el móvil desesperada y le culpó de todo. Concentró toda su fuerza vengativa en él y se imaginó como él, entendiendo su culpabilidad en este suceso, decidía concentrar toda la esencia de sus átomos en un mismo punto y auto inmolarse explosionándose sobre la mesa. El móvil, solidarizándose con la noticia, habría creado un pequeño Big Bang en sus propios circuitos, saltándose a sí mismo por los aires en un acto de redención y llenando el pequeño espacio del bar de pequeñas partículas propias. Sin duda, eso lo honraría y merecería su perdón. Pero parecía que el móvil seguía con su obstinación de permanecer intacto encima del mármol de la mesa, impasible ante su grave falta. Sólo si hubiese creado fuegos artificiales de colores mediante la colisión de sus pequeñas piezas electrónicas ella le habría perdonado. Pero no era así, y ella seguía concentrando su mirada, por si se daba por aludido.

Realmente esto no quería decir que ella lo hubiese entendido todo, que hubiese entendido la información que le había aportado la llamada. Si volviésemos a mirar a sus neuronas, habríamos visto que seguían de vacaciones, totalmente inactivas y pasando de su obligación. Estaba en coma mental. Abrió la agenda y siguió repasando tareas. Abrió el portátil y siguió escribiendo el trabajo que le traía de cabeza. Ignoró totalmente el corazón y se volvió a subir al tren de la ciudad cuando parecía que lo estaba perdiendo. Cuando el vagón ya se estaba poniendo en marcha y ella todavía seguía parada en el andén, reaccionó justo a tiempo y se aupó a él, dejando detrás en la estación al abuelo que recientemente había muerto.

Al parecer, el hecho de asimilarlo también podía esperar, pues la ciudad seguía corriendo a su ritmo y ella no podía permitirse el lujo de perder el tiempo y pararse a llorar.

De La chica de la flor en el pelo y los cuentos-grito (mesa 3)
De la novela del NaNoWriMo