diumenge, de novembre 07, 2010

6.XI.10

Justo cuando encontró la vieja noticia de la fosa común, cuando sostenía el papel entre los dedos, descubría un nuevo miedo en sí mismo, el miedo a morir sin más. Para él, morir sin pena ni gloria era una opción que siempre había deseado como aquél que desea llegar al final del horizonte, un final utópico, que se ama precisamente porque se cree que es inalcanzable. Cuando acabaron todos los problemas aún esperó que su final fuese glorioso, digno de ser escrito al final de su biografía, un final que fuese en consonancia con la vida que había llevado. Pero ahora, viendo la necrológica de su amigo desaparecido, se estaba dando cuenta de que todo había acabado, de que en su vida ya no había espacio para una muerte valiente, una muerte de héroe, una muerte con peso, de verdad.


En ese moemnto entendió que moriría lentamente. Un día, le fallaría el corazón, o empezarían las quejas de su cuerpo maltratado en forma de una enfermedad que le iría sustrayendo, poco a poco, su capacidad de control. Iría envejeciendo mal, perdiendo facultades, hasta acabar postrado esperando una muerte sin dignidad. Esta idea le provocó terror, pues creía que no se la merecía. Después de todo, él creía que merecía algo mejor.

Fue a partir de ese día que empezó a coleccionar necrológicas...